Las posibilidades de que un coche me atropelle durante los 5 segundos que tardo en cruzar de la acera de mi instituto a la de enfrente son casi nulas.
La probabilidad de que una hembra humana que calce converse, que posea una nariz de modelo y de pelo sedoso me salude por la calle es inasequible a una mente razonable y pragmática.
La verosimilitud de que una lluvia de fuego nuclear caiga sobre Cadiz impregnando el aire de olor a carne quemada puede resultar sugestivo y, para muchos, una idea muy atractiva. Pero eso no quita que sea un simple engendro de mi enfermiza imaginación.
Ahora que les he tranquilizado confesando estas tres imposibilidades voy a ponerme a organizar los discos de música.
Con un poco de suerte el estante de los vinilo no me caerá encima partiéndome la yugular
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